LA ÚLTIMA JUGADA.
Cuento.
Cuento.
Aún no dejo de reír al pensar
que todo lo tramado por ellos se fue al
traste con mi última jugada.
Desde muy pequeño había sido un hombre de
suerte y ahora no podía ser la excepción. Todas las cosas que habían hecho para
hacerme caer, parecía que finalmente les diera resultado y yo no podía
comprender qué era lo que realmente pasaba dentro de mí, cuando tantas veces
les había ganado la partida, desde el momento en que mi padre había desaparecido
fatalmente de nuestras vidas.
Todo se agudizó, cuando mi madre
se separó definitivamente del viejo, llevándome consigo. Al fin y al cabo yo era su único hijo de
sangre, mientras que los otros tres pertenecían a otra mamá que, después de
traicionar a su esposo, los había abandonado siendo ellos muy pequeños. Fue entonces cuando mi madre, que era su
empleada doméstica, los tomó bajo su cuidado y prácticamente los levantó. Ellos
crecieron con la obsesión de ser los únicos herederos, mientras miraban con
soberbia a mi madre quien se había dedicado por completo a su crianza. Jamás la
habían aceptado como su nueva mamá, a pesar de que ella estuviese pendiente,
tanto de ellos como del hombre que la había elegido como su nueva compañera.
Pero creció más su soberbia
cuando se dieron cuenta que esta mujer que ahora figuraba como su madre de
crianza, había quedado embarazada y que
muy pronto nacería yo. Ellos no podían aceptarme como su medio hermano y menos que la mujer a quien habían creído tener como
propiedad absoluta, ahora me brindara todo su amor de madre. No obstante
aquello, nada podían hacer en contra mía, porque mi padre, que también era de
ellos, me había tomado tanto cariño que me defendía permanentemente de sus
ataques, acrecentando así su odio visceral.
Las cosas posiblemente no
hubieran sucedido, si mi madre no se hubiese separado finalmente de ellos y
de su padre cansada de tanta
persecución; y no se hubieran agravado, de no ser por el terrible accidente en el que nuestro padre
perdió la vida, dejándonos
definitivamente sumidos en la orfandad. Nadie sospechaba que pocos días antes del fatal
acontecimiento, el viejo había firmado un testamento, en el que nos legaba
parte de su herencia, como si presintiera su inminente desaparición.
Con el paso de los años el odio
de mis hermanos aumentó al igual que sus deseos de verme destruido; hasta que
un día, después de treinta y cinco años lograron tenderme la trampa definitiva.
Me acusaron de ser enlace de la guerrilla y
en especial de haber participado
en el atentado de “El Cedral”.
Así, que un día llegó la policía hasta mi taller metalmecánico y me
llevaron preso. Las autoridades no
aceptaron ninguna de las pruebas de
inocencia que yo aporté y finalmente me
condenaron a 60 años de cárcel, pena que equivalía prácticamente a una cadena
perpetua. Todos ellos estaban felices y llegaron a decirme que de vez en cuando
pasarían por la prisión para mofarse de mi desgracia y restregarme su triunfo
definitivo.
Así que, llegó el día en que me encerraron
en una celda, en presencia de ellos. La tarde caía lentamente y mi cuarto se
fue llenando de frío. No sé qué pasó durante la noche, pero algo raro
sucedió. Ellos ya se habían preparado
para visitarme año tras año y burlarse de mi infortunio, y así, durante el
tiempo que les viniese en gana, sin saber que mi destino era otro muy
diferente. El hecho es que desde muy temprano del día siguiente hubo una enorme
conmoción en el penal, mientras que yo desfilaba ya libre por la puerta
principal, acompañado de varios guardianes, mientras desde lo alto me burlaba
de ellos.
Les había ganado la partida.
Muy pronto los diarios
registraron la noticia: “Víctima de un fulminante ataque al corazón, murió el
preso de la celda 14, sin pagar tan siquiera un día de cárcel”.
Ahora, desde lo más alto de las
nubes puedo verlos asomarse al penal, en medio de su enorme frustración,
mientras que yo empiezo a disfrutar de mi absoluta libertad.
Septiembre 2015
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