sábado, 17 de octubre de 2015



 

LA ÚLTIMA JUGADA.
Cuento.

Aún no dejo de reír al pensar que  todo lo tramado por ellos se fue al traste con mi última jugada.
 Desde muy pequeño había sido un hombre de suerte y ahora no podía ser la excepción. Todas las cosas que habían hecho para hacerme caer, parecía que finalmente les diera resultado y yo no podía comprender qué era lo que realmente pasaba dentro de mí, cuando tantas veces les había ganado la partida, desde el momento en que mi padre había desaparecido fatalmente de nuestras vidas.
Todo se agudizó, cuando mi madre se separó definitivamente del viejo, llevándome consigo.  Al fin y al cabo yo era su único hijo de sangre, mientras que los otros tres pertenecían a otra mamá que, después de traicionar a su esposo, los había abandonado siendo ellos muy pequeños.  Fue entonces cuando mi madre, que era su empleada doméstica, los tomó bajo su cuidado y prácticamente los levantó. Ellos crecieron con la obsesión de ser los únicos herederos, mientras miraban con soberbia a mi madre quien se había dedicado por completo a su crianza. Jamás la habían aceptado como su nueva mamá, a pesar de que ella estuviese pendiente, tanto de ellos como del hombre que la había elegido como su nueva compañera.
Pero creció más su soberbia cuando se dieron cuenta que esta mujer que ahora figuraba como su madre de crianza, había  quedado embarazada y que muy pronto nacería yo. Ellos no podían aceptarme como su medio hermano y menos  que la mujer a quien habían creído tener como propiedad absoluta, ahora me brindara todo su amor de madre. No obstante aquello, nada podían hacer en contra mía, porque mi padre, que también era de ellos, me había tomado tanto cariño que me defendía permanentemente de sus ataques, acrecentando  así  su odio visceral.
Las cosas posiblemente no hubieran sucedido, si mi madre no se hubiese separado finalmente de ellos y de  su padre cansada de tanta persecución; y no se hubieran agravado, de no ser por  el terrible accidente en el que nuestro padre perdió la vida, dejándonos  definitivamente sumidos en la orfandad. Nadie sospechaba  que pocos días antes del fatal acontecimiento, el viejo había firmado un testamento, en el que nos legaba parte de su herencia, como si presintiera su inminente desaparición.
Con el paso de los años el odio de mis hermanos aumentó al igual que sus deseos de verme destruido; hasta que un día, después de treinta y cinco años lograron tenderme la trampa definitiva. Me acusaron de ser enlace de la guerrilla y  en especial de haber participado  en el atentado de “El Cedral”.  Así, que un día llegó la policía hasta mi taller metalmecánico y me llevaron preso.  Las autoridades no aceptaron ninguna de las pruebas  de inocencia que yo aporté  y finalmente me condenaron a 60 años de cárcel, pena que equivalía prácticamente a una cadena perpetua. Todos ellos estaban felices y llegaron a decirme que de vez en cuando pasarían por la prisión para mofarse de mi desgracia y restregarme su triunfo definitivo.
Así que, llegó el día en que me encerraron en una celda, en presencia de ellos. La tarde caía lentamente y mi cuarto se fue llenando de frío. No sé qué pasó durante la noche, pero algo raro sucedió.  Ellos ya se habían preparado para visitarme año tras año y burlarse de mi infortunio, y así, durante el tiempo que les viniese en gana, sin saber que mi destino era otro muy diferente. El hecho es que desde muy temprano del día siguiente hubo una enorme conmoción en el penal, mientras que yo desfilaba ya libre por la puerta principal, acompañado de varios guardianes, mientras desde lo alto me burlaba de ellos.
Les había ganado la partida.
Muy pronto los diarios registraron la noticia: “Víctima de un fulminante ataque al corazón, murió el preso de la celda 14, sin pagar tan siquiera un día de cárcel”.
Ahora, desde lo más alto de las nubes puedo verlos asomarse al penal, en medio de su enorme frustración, mientras que yo empiezo a disfrutar de mi absoluta libertad.

Septiembre  2015

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