jueves, 29 de octubre de 2009

Canto a mi pueblo



Del norte vine y en el norte quedaron mis ojos.





PRIMER REGRESO A FILADELFIA

Del norte llega la nostalgia,
envuelta en hojas de morriña;
ecos de anciana venerable
y sabores de loca adolescencia.

Quieren volver mis padres
y caminar de nuevo la Aguadita pequeña
fundirse en sus ancestros
y recordar recodos.
Ver de nuevo el rincón donde la abuela fumaba su tabaco;
y afuera, en una esquina de la vieja casona,
el odiado pilón,
aún salpicado de afrechos.

Del norte llega la nostalgia,
y ya vamos de vuelta.
El ruido del motor anuncia desconocidas estaciones
y mi imaginación de niño
se vuelca en los cultivos.

¿Para dónde marchamos? Me pregunta mi hermano
Yo sacudo mis hombros, mientras sigo abismado.



FILADELFIA

Tu nombre de melado renueva mis sentidos.
El eco de tus letras deja un sabor dulzaino,
como a pan sazonado,
como a sonrisa de madre que prepara la mesa
para servir la hogaza.
Cuando escucho tu nombre,
me llegan en manadas los recuerdos lejanos:
La salida a la aguadita pequeña,
el paso a Cantarrana
y el parque, con sus bancos cansados,
en donde algún domingo me sentara,
con mis ojos pendientes de la mano
que pela el chontaduro.
Tus calles desoladas me enseñaron el mundo;
y en los días de feria las gentes se hacinaban
en la plaza empedrada.
Tu nombre, Filadelfia, está ligado a mis abecedarios
a la vieja pizarra y al tablero.
Fue el patio de la escuela mi universo
y cuando siento que alguien me pronuncia tu nombre
se asoman por mis ojos tus calles empedradas
donde corrí en camadas
hasta el recinto sacro donde estaba
la figura cimera de mi viejo maestro
don Jesús Marulanda.

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