SILVIO GIRÓN O EL SABOR DEL
DESARRAIGO
Por: José Adelnide Giraldo
Herrera
La primera vez que vi a Silvio Girón, fue promediando
1973. Ya para ese tiempo, la angustia existencial empezaba a asomarse por las
ventanas de la casa cural de “La Trinidad” donde desempeñaba el oficio sacerdotal y el
espectro de la soledad me hacía guiños de vez en cuando. Entonces, Silvio
estaba allí, como jurado de un concurso de poesía, en el teatro de Comfamiliar; y yo dentro del público, apenas empezaba a
untarme de ese ambiente literario, que desde mis épocas de estudiante ya se me
había pegado en las venas. Luego pasó el tiempo y la imagen austera de aquél
hombre que más bien parecía ser un tejano, de esos que aparecen en las
películas de vaqueros, empezaba a
hacerse notable por la impronta que dejaba
en la memoria de los pereiranos. Para entonces, ya había publicado dos
colecciones de cuentos Bajo los títulos “Las órbitas Vacías”, (1966) y “Que griten las
paredes”, (1972). En la contraportada de la primera, escribe Enrique Gutiérrez
Simón, su editor: ”tiene un innegable valor como documento vivo de la Colombia
de nuestros días”; y en verdad, ya los pereiranos podían tener entre manos una
docena de sus cuentos que le recrearían todo ese manojo de angustias por las que pasa el hombre desarraigado de
aquellas calendas y el que se convierte en el eterno símil de los bajos fondos
de ciudad, de cualquier ciudad del mundo; porque Silvio, más que un escritor de
esos comunes y silvestres, se mostraba como un cronista de tiempo completo, un
testigo ocular de la sub-ciudad o paria ciudad; esa que se oculta detrás de las
paredes blanqueadas. En aquellas historias se podía sentir al rojo vivo, el
dolor y la desesperanza. Con razón el mismo editor menciona más adelante que allí,
”Silvio Girón es “negro”, derrotista, amargo”; pero que por encima de todo, su
literatura “no puede dudarse que es absolutamente verídica y real”. En la segunda
obra mencionada, ya reafirmaba en sus cuentos la misma temática y el periódico
El tiempo de entonces no dudó en comentar, diciendo que eran “once relatos tan amargos como la cruda realidad que
los inspiró. Un ambiente carcelario, de violencia y bajos fondos, de miseria y
vindicta social, es lo que refleja este Girón de la creciente literatura
comprometida a decir las cosas como son”.
No había duda que en 1973 ya se perfilaba Silvio como
uno de los hombres representativos de las letras de departamento del Risaralda,
si bien tenemos en cuenta su estilo particular de cronista agresivo y picante; actitud
de denuncia que le hacía falta a una provincia arrullada por los pasillos y
bambucos que le cantaban Arturo Henao con su Cuarteto Pereira y Fabio Ospina
con su inolvidable Trío Caldas. La “Trasnochadora, querendona y morena de Luis
Carlos González, se embriagaba de arrullos celestiales en los meandros del Club
Rialto, mientras Silvio Girón hacía
gritar las paredes con las denuncias de la angustia palpitante que reinaba a
muy pocos metros del envidiado nicho de los convidados. El tiempo no se había detenido
y la imperiosa necesidad del acomodo existencial me había llevado a renunciar
al sacerdocio, a pesar de los esfuerzos de mi obispo para hacerme cambiar de
opinión. Era el fantasma de la soledad
sacerdotal el acicate definitivo de aquél cambio, que afortunadamente, digo, en
mi caso particular, me llevaba a las calles desconocidas de Bogotá y luego a
Cali, en una lucha por acomodarme a mi nueva situación de simple caminante. La
economía informal fue mi escuela; y allí en Cali volví a ver a Silvio. Esta vez conversamos en algún café que rodea
la Plaza de Caicedo. Nos hicimos amigos
y Silvio me donó su primera novela titulada “Rostros sin nombre” El dolor
volvió a aparecer en esas páginas abigarradas, en las que no cabía espacio para
respirar. La densidad de sus relatos mostraban la lucha sin cuartel que libran
los desposeídos, frente a unas estructuras dominantes, a las que aún hoy les
hace tanta falta la justicia distributiva.
La rebeldía de Silvio fue siempre su característica
principal. Yo diría más bien que fue su
talante, aquello que lo posesionó algo así como un adalid escudado en sus
letras, odiado y admirado por muchos, renegado y renegante; un eterno inconforme de la vida de la que
muchas veces le extrajo su veneno en noches de bohemia. ¿Sería Silvio un
testimonio de la desesperanza?. En 1978
había publicado otra serie de cuentos, bajo el título de “Ninguna otra parte” y
Cecilia Caicedo comentó en su libro Literatura Risaraldense, que en esos
cuentos “afirma su temática de insumisión y su mensaje de alarido social,
aglutinando sus vivencias y los hechos que a él le ha correspondido ver y
vivir”; y a renglón seguido dice que “en
esta obra trata de la venganza originada por la injusticia, el despido de
obreros, la deshumanización del patrón, prostitución, miseria, revolución,
guerrilla y secuestro” ¿haría entonces Cecilia Caicedo un adelanto insospechado
de lo que Silvio escribiría un poco más
tarde en la novela Rostros Sin nombre, antes reseñada?.
Muchos de los ensayistas y críticos literarios hablan
de una narración ingenua por parte de
este escritor; y si bien le dan un valor testimonial, pienso que no
valoran lo suficiente su tranco original y el manejo abigarrado de sus
palabras, cargadas con toda la semántica del dolor. Su narración punzante va
más allá de las simples palabras y eso es lo que engrandece al escritor: ese
valor testimonial que denuncia con una pasión única lo que los demás
olímpicamente quieren ignorar. Vivimos en el país del dolor y Silvio escribe en
sus obras toda una poética del dolor.
“La ninfa de los parques”, otra serie de cuentos
publicados en 1987, con portada e ilustraciones del artista pereirano Mario
Bustamante. Qué bueno mencionar aquí a este excelente pintor, al que pienso, se
le debe más de un reconocimiento. Allí, al final del libro, aparece una
semblanza del autor, escrita por el editor de la obra y menciona que “Aunque
Silvio Girón nació con matrícula pereirana en 1929, los círculos culturales y
las organizaciones idem de la ciudad, un
poco o nada lo tienen en cuenta, a pesar de que se lo considera prácticamente
el artífice de la Biblioteca Pública Municipal, de la que fuera director de
1971 a 1978.” Y a continuación dice: “Cuentista, ensayista y periodista es –
según Bernardo Trejos Arcila – “nuestro valor literario más alto y
paradójicamente, el más subestimado en Pereira.”
La pluma de Silvio no paraba. Su oficio de periodista
integral le valía una ocupación permanente, tanto en la prensa hablada como en
la escrita, en las que aparecían con frecuencia sus crónicas que eran como dardos lanzados contra el
establecimiento o todo aquél que con su
actividad o su ineficiencia perjudicara el buen ritmo de la comunidad. Su
verticalidad e inconformismo permanente le hacían más acreedor al odio que al
amor. Propios y extraños se veían abocados a comentar sus crónicas radiales en
las tertulias de café, mientras admiraban su franqueza urticante, o renegaban
por el improperio; y esa presencia activa, le llevó a ganarse en 1987 el premio
al concurso de periodismo, con su crónica titulada “Los pioneros del periodismo
pereirano” , publicada posteriormente en 1994.
Fue en Fiducentro donde aterricé después de varios
años de lucha por la supervivencia. Allí establecí una pequeña empresa
editorial, a la que visitó mi amigo Silvio. Para entonces ya habíamos roto los
protocolos de las primeras veces y la confidencia empezaba a aflorar como
elemento común de la amistad. Silvio me dijo que iba a publicar un ensayo
histórico, en el que fincaba muchas esperanzas.
Ya “El Fondo mixto para la cultura y las artes” le había avalado y
su libro saldría como volumen Nº 9 de la
colección. Se titularía “Rastros y rostros del periodismo pereirano” y que
había decidido darlo a mi pequeña empresa editorial para su publicación. El
libro salió a comienzos de 1996, augurando un éxito total, si bien allí aparecerían
todos los que habían hecho el periodismo, no sólo de Pereira, sino de la región
misma, entre los que estaban por
supuesto los comunicadores de entonces; pero, para sorpresa de muchos, el libro
fue ignorado. Aún nos preguntamos qué pasó, (¿envidia, ignorancia?), lo cierto
es que la gran prensa pereirana, pasó por alto este hecho periodístico tan valioso como inventario de las letras de nuestra ciudad
y la memoria de Silvio continuaría en el ostracismo. No valió que en 1992
hubiera publicado otra serie de cuentos bajo el título de “Seis cuentos
Pereiranos”, una forma humorística de paralelar la reciente y aclamada
publicación que le haría la editorial
Oveja negra a nuestra gloria de las letras, don Gabriel García Márquez, con
su libro “Doce cuentos peregrinos”. Por
supuesto que no había paralelo con el laureado premio nobel; pero aquella
tímida presencia de Silvio aquí en nuestra provincia, graciosamente parodiada
con un título que le hacía rima musical, bien le hubiera podido abonar méritos a
los ya ganados como profeta de la angustia.
No obstante este largo recorrido como escritor, hecho
con méritos de asceta, podíamos ver los pereiranos, cómo Silvio se inventaba cada
día, cada semana, cada mes, la forma de ganarse algunos pesos, distribuyendo
pequeñas copias de sus cuentos entre amigos, conocidos y relacionados, a cambio
de unas monedas que poco podrían cubrir sus necesidades básicas. Aún a sus setenta
y más años, Silvio arriesgaba su vida desplazándose en una desvencijada cicla y
llevando en su mochila las fotocopias de sus cuentos, armadas en mi taller; y
un día, apareció mi amigo con un nuevo libro de 94 páginas. La carátula escarlata mostraba la reedición de su primer libro: “50
años. LAS ÓRBITAS VACÍAS” y al pié, una
serie de máscaras como de teatro, que simbolizaban la muerte de muchas gentes. Estaba
feliz. Empezaba a cosechar una pírrica
parte del premio que desde hacía mucho había merecido. Sacó el libro de su
mochila. Lo abrió y escribió: “Para mi amigo y escritor Adelnide Giraldo Herrera,
con admiración y cariño este segundo libro que dedico luego de su edición” y lo
firmó. Abajo, escribió: Dosquebradas 21
de diciembre de 2004. Su libro fue vendido en pequeña proporción, pero aquello
le hizo creer que ya empezaba en alguna forma su redención. Después de
cincuenta años de acerba dedicación, creyó que le había llegado por fin el
tiempo de la cosecha, tanto así que inmediatamente se dio a la tarea de
publicar su novela más preciada, que en
un principio tituló “La Menuda Morenita”, toda una heroína de los bajos fondos;
pero que finalmente decide llamar “El largo viaje de los que nunca
regresaron”(2004). Todos los ahorros que había alcanzado con la venta de las
“Órbitas vacías”, fueron a dar como parte de pago a la litografía Sierra Impresores, empresa
que le publicó para pagar por partes. Estoy seguro que Silvio no alcanzó a
financiar este último libro con el producto de sus ventas. Al pié de la carátula del libro y con letra menuda
aparece una inscripción que dice: “Finalista
Concurso Nacional de Novela Aniversario ciudad Pereira 1990”
Nadie podría pensar que aquí finalizaba su carrera
como escritor; y que durante los últimos
cuatro años de su existencia, Silvio optara por guardar silencio, un silencio
largo y doloroso para quienes tuvimos la fortuna de ser sus amigos y poderlo
ver de cerca. Circunstancias dolorosas de su familia lo sumieron de nuevo en el
ostracismo, como la muerte de uno de los hijos que más quería por su
temperamento rebelde. “Se parece tanto a mí”, decía, “es igual de soberbio y díscolo que yo; pero es un
hombre brillante”. Mauricio tenía 23 años y ya había terminado su tesis de
matemáticas en la Universidad Tecnológica, pero una Neumonía se lo llevó
intempestivamente. A los pocos días llamaron a su familia para entregarle el
grado póstumo. El golpe para Silvio fue decisivo y no pudo levantarse más.
Luego llegaron los problemas de la arritmia y no lo dejaban salir solo. La soledad y el enclaustramiento minaron toda
esa solidez de hombre, hasta que llegaron los problemas del colon y un amanecer
se despidió en medio de fuertes dolores. En las paredes de la clínica colgaba
un almanaque que a la fecha decía: Diciembre 1 de 2008.
El silencio terminó siendo largo como la muerte; y su
tumba, apenas recibió algunas condolencias de rigor; pero la sociedad pereirana
aun está en deuda con su memoria.
Dosquebradas, 29 de septiembre de 2012
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