lunes, 1 de octubre de 2012

Recordando a Silvio Girón Gaviria.


SILVIO GIRÓN O EL SABOR DEL DESARRAIGO
Por: José Adelnide Giraldo Herrera

La primera vez que vi a Silvio Girón, fue promediando 1973. Ya para ese tiempo, la angustia existencial empezaba a asomarse por las ventanas de la casa cural de “La Trinidad”  donde desempeñaba el oficio sacerdotal y el espectro de la soledad me hacía guiños de vez en cuando. Entonces, Silvio estaba allí, como jurado de un concurso de poesía, en el teatro de Comfamiliar;  y yo dentro del público, apenas empezaba a untarme de ese ambiente literario, que desde mis épocas de estudiante ya se me había pegado en las venas. Luego pasó el tiempo y la imagen austera de aquél hombre que más bien parecía ser un tejano, de esos que aparecen en las películas de vaqueros,  empezaba a hacerse notable por la impronta  que dejaba en la memoria de los pereiranos. Para entonces, ya había publicado dos colecciones de cuentos Bajo los títulos  “Las órbitas Vacías”, (1966) y “Que griten las paredes”, (1972). En la contraportada de la primera, escribe Enrique Gutiérrez Simón, su editor: ”tiene un innegable valor como documento vivo de la Colombia de nuestros días”; y en verdad, ya los pereiranos podían tener entre manos una docena de sus cuentos que le recrearían todo ese manojo de angustias  por las que pasa el hombre desarraigado de aquellas calendas y el que se convierte en el eterno símil de los bajos fondos de ciudad, de cualquier ciudad del mundo; porque Silvio, más que un escritor de esos comunes y silvestres, se mostraba como un cronista de tiempo completo, un testigo ocular de la sub-ciudad o paria ciudad; esa que se oculta detrás de las paredes blanqueadas. En aquellas historias se podía sentir al rojo vivo, el dolor y la desesperanza. Con razón el mismo editor menciona más adelante que allí, ”Silvio Girón es “negro”, derrotista, amargo”; pero que por encima de todo, su literatura “no puede dudarse que es absolutamente verídica y real”. En la segunda obra mencionada, ya reafirmaba en sus cuentos la misma temática y el periódico El tiempo de entonces no dudó en comentar, diciendo  que eran “once relatos tan amargos como la cruda realidad que los inspiró. Un ambiente carcelario, de violencia y bajos fondos, de miseria y vindicta social, es lo que refleja este Girón de la creciente literatura comprometida a decir las cosas como son”.

No había duda que en 1973 ya se perfilaba Silvio como uno de los hombres representativos de las letras de departamento del Risaralda, si bien tenemos en cuenta su estilo particular de cronista agresivo y picante; actitud de denuncia que le hacía falta a una provincia arrullada por los pasillos y bambucos que le cantaban Arturo Henao con su Cuarteto Pereira y Fabio Ospina con su inolvidable Trío Caldas. La “Trasnochadora, querendona y morena de Luis Carlos González, se embriagaba de arrullos celestiales en los meandros del Club Rialto, mientras Silvio Girón  hacía gritar las paredes con las denuncias de la angustia palpitante que reinaba a muy pocos metros del envidiado nicho de los convidados. El tiempo no se había detenido y la imperiosa necesidad del acomodo existencial me había llevado a renunciar al sacerdocio, a pesar de los esfuerzos de mi obispo para hacerme cambiar de opinión.  Era el fantasma de la soledad sacerdotal el acicate definitivo de aquél cambio, que afortunadamente, digo, en mi caso particular, me llevaba a las calles desconocidas de Bogotá y luego a Cali, en una lucha por acomodarme a mi nueva situación de simple caminante. La economía informal fue mi escuela; y allí en Cali volví a ver a Silvio.  Esta vez conversamos en algún café que rodea la Plaza de Caicedo.  Nos hicimos amigos y Silvio me donó su primera novela titulada “Rostros sin nombre” El dolor volvió a aparecer en esas páginas abigarradas, en las que no cabía espacio para respirar. La densidad de sus relatos mostraban la lucha sin cuartel que libran los desposeídos, frente a unas estructuras dominantes, a las que aún hoy les hace tanta falta la justicia distributiva.

La rebeldía de Silvio fue siempre su característica principal.  Yo diría más bien que fue su talante, aquello que lo posesionó algo así como un adalid escudado en sus letras, odiado y admirado por muchos, renegado y renegante;  un eterno inconforme de la vida de la que muchas veces le extrajo su veneno en noches de bohemia. ¿Sería Silvio un testimonio de la desesperanza?.  En 1978 había publicado otra serie de cuentos, bajo el título de “Ninguna otra parte” y Cecilia Caicedo comentó en su libro Literatura Risaraldense, que en esos cuentos “afirma su temática de insumisión y su mensaje de alarido social, aglutinando sus vivencias y los hechos que a él le ha correspondido ver y vivir”;  y a renglón seguido dice que “en esta obra trata de la venganza originada por la injusticia, el despido de obreros, la deshumanización del patrón, prostitución, miseria, revolución, guerrilla y secuestro” ¿haría entonces Cecilia Caicedo un adelanto insospechado de lo que Silvio escribiría  un poco más tarde en la novela Rostros Sin nombre, antes reseñada?.

Muchos de los ensayistas y críticos literarios hablan de una narración ingenua por parte de  este escritor; y si bien le dan un valor testimonial, pienso que no valoran lo suficiente su tranco original y el manejo abigarrado de sus palabras, cargadas con toda la semántica del dolor. Su narración punzante va más allá de las simples palabras y eso es lo que engrandece al escritor: ese valor testimonial que denuncia con una pasión única lo que los demás olímpicamente quieren ignorar. Vivimos en el país del dolor y Silvio escribe en sus obras  toda una poética del dolor.

“La ninfa de los parques”, otra serie de cuentos publicados en 1987, con portada e ilustraciones del artista pereirano Mario Bustamante. Qué bueno mencionar aquí a este excelente pintor, al que pienso, se le debe más de un reconocimiento. Allí, al final del libro, aparece una semblanza del autor, escrita por el editor de la obra y menciona que “Aunque Silvio Girón nació con matrícula pereirana en 1929, los círculos culturales y las organizaciones idem de la ciudad,  un poco o nada lo tienen en cuenta, a pesar de que se lo considera prácticamente el artífice de la Biblioteca Pública Municipal, de la que fuera director de 1971 a 1978.” Y a continuación dice: “Cuentista, ensayista y periodista es – según Bernardo Trejos Arcila – “nuestro valor literario más alto y paradójicamente, el más subestimado en Pereira.”

La pluma de Silvio no paraba. Su oficio de periodista integral le valía una ocupación permanente, tanto en la prensa hablada como en la escrita, en las que aparecían con frecuencia sus crónicas que eran  como dardos lanzados contra el establecimiento o todo aquél  que con su actividad o su ineficiencia perjudicara el buen ritmo de la comunidad. Su verticalidad e inconformismo permanente le hacían más acreedor al odio que al amor. Propios y extraños se veían abocados a comentar sus crónicas radiales en las tertulias de café, mientras admiraban su franqueza urticante, o renegaban por el improperio; y esa presencia activa, le llevó a ganarse en 1987 el premio al concurso de periodismo, con su crónica titulada “Los pioneros del periodismo pereirano” , publicada posteriormente en 1994.

Fue en Fiducentro donde aterricé después de varios años de lucha por la supervivencia. Allí establecí una pequeña empresa editorial, a la que visitó mi amigo Silvio. Para entonces ya habíamos roto los protocolos de las primeras veces y la confidencia empezaba a aflorar como elemento común de la amistad. Silvio me dijo que iba a publicar un ensayo histórico, en el que fincaba muchas esperanzas.  Ya “El Fondo mixto para la cultura y las artes” le había avalado y su  libro saldría como volumen Nº 9 de la colección. Se titularía “Rastros y rostros del periodismo pereirano” y que había decidido darlo a mi pequeña empresa editorial para su publicación. El libro salió a comienzos de 1996, augurando un éxito total, si bien allí aparecerían todos los que habían hecho el periodismo, no sólo de Pereira, sino de la región misma, entre los que estaban  por supuesto los comunicadores de entonces; pero, para sorpresa de muchos, el libro fue ignorado. Aún nos preguntamos qué pasó, (¿envidia, ignorancia?), lo cierto es que la gran prensa pereirana, pasó por alto este hecho periodístico  tan  valioso  como inventario de las letras de nuestra ciudad y la memoria de Silvio continuaría en el ostracismo. No valió que en 1992 hubiera publicado otra serie de cuentos bajo el título de “Seis cuentos Pereiranos”, una forma humorística de paralelar la reciente y aclamada publicación que le haría la editorial  Oveja negra a nuestra gloria de las letras, don Gabriel García Márquez, con su libro “Doce cuentos peregrinos”.  Por supuesto que no había paralelo con el laureado premio nobel; pero aquella tímida presencia de Silvio aquí en nuestra provincia, graciosamente parodiada con un título que le hacía rima musical, bien le hubiera podido abonar méritos a los ya ganados como profeta de la angustia.

No obstante este largo recorrido como escritor, hecho con méritos de asceta, podíamos ver los pereiranos, cómo Silvio se inventaba cada día, cada semana, cada mes, la forma de ganarse algunos pesos, distribuyendo pequeñas copias de sus cuentos entre amigos, conocidos y relacionados, a cambio de unas monedas que poco podrían cubrir sus necesidades básicas. Aún a sus setenta y más años, Silvio arriesgaba su vida desplazándose en una desvencijada cicla y llevando en su mochila las fotocopias de sus cuentos, armadas en mi taller; y un día, apareció mi amigo con un nuevo libro de 94 páginas.  La carátula escarlata  mostraba la reedición de su primer libro: “50 años. LAS ÓRBITAS VACÍAS” y al pié,  una serie de máscaras como de teatro, que simbolizaban la muerte de muchas gentes. Estaba feliz.  Empezaba a cosechar una pírrica parte del premio que desde hacía mucho había merecido. Sacó el libro de su mochila. Lo abrió y escribió: “Para mi amigo y escritor Adelnide Giraldo Herrera, con admiración y cariño este segundo libro que dedico luego de su edición” y lo firmó.  Abajo, escribió: Dosquebradas 21 de diciembre de 2004. Su libro fue vendido en pequeña proporción, pero aquello le hizo creer que ya empezaba en alguna forma su redención. Después de cincuenta años de acerba dedicación, creyó que le había llegado por fin el tiempo de la cosecha, tanto así que inmediatamente se dio a la tarea de publicar  su novela más preciada, que en un principio tituló “La Menuda Morenita”, toda una heroína de los bajos fondos; pero que finalmente decide llamar “El largo viaje de los que nunca regresaron”(2004). Todos los ahorros que había alcanzado con la venta de las “Órbitas vacías”, fueron a dar como parte de pago  a la litografía Sierra Impresores, empresa que le publicó para pagar por partes. Estoy seguro que Silvio no alcanzó a financiar este último libro con el producto de sus ventas. Al pié de  la carátula del libro y con letra menuda aparece una inscripción que dice: “Finalista Concurso Nacional de Novela Aniversario ciudad Pereira 1990”

Nadie podría pensar que aquí finalizaba su carrera como escritor; y que  durante los últimos cuatro años de su existencia, Silvio optara por guardar silencio, un silencio largo y doloroso para quienes tuvimos la fortuna de ser sus amigos y poderlo ver de cerca. Circunstancias dolorosas de su familia lo sumieron de nuevo en el ostracismo, como la muerte de uno de los hijos que más quería por su temperamento rebelde. “Se parece tanto a mí”, decía, “es igual  de soberbio y díscolo que yo; pero es un hombre brillante”. Mauricio tenía 23 años y ya había terminado su tesis de matemáticas en la Universidad Tecnológica, pero una Neumonía se lo llevó intempestivamente. A los pocos días llamaron a su familia para entregarle el grado póstumo. El golpe para Silvio fue decisivo y no pudo levantarse más. Luego llegaron los problemas de la arritmia y no lo dejaban salir solo.  La soledad y el enclaustramiento minaron toda esa solidez de hombre, hasta que llegaron los problemas del colon y un amanecer se despidió en medio de fuertes dolores. En las paredes de la clínica colgaba un almanaque que a la fecha decía: Diciembre 1 de 2008.

El silencio terminó siendo largo como la muerte; y su tumba, apenas recibió algunas condolencias de rigor; pero la sociedad pereirana aun está en deuda con su memoria.

Dosquebradas, 29 de septiembre de 2012

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